
Lo ví pasar todo inmovil, como si perteneciera a otro mundo a otro tiempo, ya que mi cuerpo no respondía ante tal situación. Mis ojos húmedos intentaban quedarse con cada detalle de esa ciudad que ya no sería más la suya la que abandonaba en una mañana de un viernes
de un sol de julio. Amanecí cuando aún apenas entraba luz, y con cuidado cerré cada cremallera para poner fin a la locura, caminando de puntillas sobre la moqueta, para no despertar a las últimas estrellas de esa noche que desaparece. No quise despedirme de ellas, no quise decir adiós, porque el adios suena triste en mis oidos, deja un sabor amargo en mi garganta, y moja mis ojos continuamente. Con mi equipaje en la mano, salí por el portal dejando una parte de mí allí
me fui sola, sin despedidas, sin abrazos y besos que llevan al olvido, sin caricias tristes
y por primera vez no lloré
no lloré y un nudo inmenso se hizo en mi garganta hasta que me vino el olor a azahar, y el calor insoportable de mi ciudad
Aún sigo intentando entender cómo pude retenerlas, como conseguí que esas pequeñas gotitas no saltaran al vacío
¿quizás porque para mí fue solo un hasta luego? ¿quizás porque mi corazón se quedó y ahora no soy capaz de sentir? ¿quizás es él el que se tumba en la hierba a observar los amarillos y verdes de la Toscana?... ¿le dará un beso por mí cada día?
0 comentarios